Emma Ailien Cañizares Fernández, Lic. en Psicología egresada de la Universidad Intercontinental.
Estudiante de la Sociedad General de Escritores de México (SOGEM).
emmacf14@gmail.com

Los ojos de algún extraño siempre nos dirán que nuestra cultura misma es el surrealismo; sólo hace falta darse una vuelta por las ofrendas de las familias mexicanas para ver a la muerte conviviendo en la sala y tomándose un tequila con los invitados. En cuanto las luces se apagan se encienden veladoras guiando el camino y los pétalos de flores caen en un sendero de regreso a casa.

Los colores adornando las calles, papeles cortados en formas que para algunos parecerían terroríficas, danzando al ritmo del viento e iluminando el rostro de pequeños niños que comen a grandes mordidas el rostro de una muerta que en muchas ocasiones hasta nombre tiene. Se escuchan carcajadas, canciones e incluso disfraces, muchos versos dedicados y hasta sonetos muy bien logrados que escandalizan a los más asustadizos pero motivan a todos los bromistas. No sólo son los sonidos en las calles, los colores y sus sabores, es toda esta tradición que conjunta hace de estos días un mundo lejano a la realidad.

El surrealismo no sólo se vive sentándose con los más ancianos a escuchar relatos de otros tiempos, se vive al recorrer los panteones llenos de paz y felicidad, cargando flores y repartiendo sonrisas a todas las lápidas que encontramos en nuestro camino. Si esto no es considerado un acto de amor y respeto, no sé qué más lo será. Es una forma distinta a la convencional de demostrar nuestro interés por el bienestar de nuestros muertos, una forma de dejar el miedo atrás por un día y adentrarte al lugar más fúnebre sintiendo que perteneces.

Es conocimiento que ha pasado de boca en boca el que nos dice qué comida ofrecer para aquéllos seres queridos que ya se marcharon. Se nos dice cómo cocinarla, agregándole el cariño característico que sólo se ve en la cocina de quien cocina para muchos. Lo que poco se dice es la importancia de esta tradición para lidiar con el duelo.

Perder a alguien querido implica muchas cosas más allá del dolor, es por eso que permanecer con la tradición de las ofrendas permite mantener un puente hacia esa persona, tenerla cerca y poder servirle una vez más como medio para que encuentre su camino.

Parte de la incertidumbre y miedo a la muerte es el no saber qué va a pasar después de ese momento en el que se desvanece la vida, es necesario asegurarnos de que ese ser va a estar bien, y qué mejor forma que abrirle las puertas de tu hogar y simpatizarle a la guardiana que ahora lo tiene vigilado. De igual forma ocasiona mucho disturbio en una familia el creer que un miembro está perdido y no encuentra el camino de regreso a casa, se teme a que esté pasando hambre, cansancio, sed, o hasta que está privado de sus vicios; así que el poder ofrecerle un lugar que cumpla todos los requisitos nos tranquiliza permitiéndonos dormir esa noche en paz.